miércoles, 25 de julio de 2012

CANCIÓN ERRÓNEA, ANTONIO GAMONEDA

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No hay causa en mí. En mí no hay
más que cansancio y
un antiguo extravío: ir
de la inexistencia
a la inexistencia.
Es
un sueño.
Un sueño vacío.

Pero sucede.
Yo amo
todo cuanto he creído
viviente en mí.
Amé las manos
grandes de mi madre y
aquel metal antiguo
de sus ojos y aquel
cansancio lleno de luz
y de frío.

Desprecio
la eternidad.
He vivido
y no sé por qué.
Ahora
he de amar mi propia muerte
y no sé morir.

Qué equívoco. 





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Yo soy Dario Lemos




Yo soy de nombre y apellido dariolemos. Todo el mundo cree que dice una gran verdad cuando declara que existe.Yo digo para contrariar la verdad que yo no existo. Mido 1,76 en verano y 1,78 en invierno. Soy la dimensión de las estaciones. A veces, cuando no tengo que pensar, mido por kilómetros la angustia y la inutilidad de vivir.
Visto simplemente, sin exageraciones, con un formidable desdén por la moda. Tengo chaqueta de aviador que nunca estuvo en la guerra.
Vivo de la poesía, o mejor, la poesía vive de mi. Nunca tengo dinero, ni me interesa. Tengo en cambio abundantes amigos que pagan por mí en tributo a mi genio y a la amistad que les concedo por minutos, pues nadie es digno de mi compañía.
Las mujeres se derriten de deseos bajo este sol tropical, porque yo cobro las miradas y los besos a precios muy altos y generalmente en dólares.
¿Qué más puedo decir de un poeta excepcional como yo?
Bailo rock and roll cuando la marihuana relaja mis músculos… De noche, cuando la ciudad duerme, me provoca asaltar a los ciudadanos, abofetearlos y gritarles que van a morir que desocupen la soledad, esos dominios de la poesía en los que me paseo como un emperador.
En síntesis, soy un poeta sin antecedentes, y no dejaré sucesores. Conmigo nace y muere la poesía. No diré otras cosas porque no duermo esta noche.
¡Ah, se me olvidaba decir que no amo a nadie, y que nada me interesa!

Dario Lemos



poema de Dario Lemos

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Ahora que puedo no sólo mirar sino “ver” desde mi cama
las aguas de un mar sin sal y sin ahogados;
ahora que puedo guardar esas montañas en el bolsillo
donde guardaba los cigarrillos amargos;
ahora que ya casi viajo donde el animal tiene que viajar,
voy a mirarlo todo con sonrisa de armonía sangrante,
voy a ponerme nuevamente la pierna derecha,
voy a poner un serrucho en cada encía
y voy a “vivir” hasta que muera.
Y posiblemente amaré las mañanas
y nuevamente algún crepúsculo peinará mis cejas.
¿Crees alma mía que este cuerpo fatigado y rebelde,
medio cuerpo que antes fuera armónico,
quiera soportar más esta tierra deslucida y cruel?
¿O mi cuerpo agrietado permanecerá eterna tea?
¿Llegarán los vientos como las argollas
que llegaban a mi niñez de pececito sabio
a refrescar los latigazos de bambalina
con que mis padres y sacerdotes españoles
castigaban mi manera de mirar azul?



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LOS SERES, en caja


A más demanda más tiempo.
La única salida es respirar.

Si grita pierde
si se mueve pierde
el pensamiento importa
el control importa,
aunque siempre pierde.

No obstante quiere conseguir algo mejor
un jardín con flores
cama buena
el abrazo de una mujer.

El tipo corre
se levanta
lucha.

Se queja, se queja, se queja
(dentro de su mente).
Hacia afuera suelta cosas
objetos, obras
se entretiene en una sofisticada transformación.

Durante el día corre hacia la noche, sin pensar
después cae redondo.

Lo único que ha conseguido es
un lugar para dormir.

¿Seguro?
¿Quién sabe?

Utilizó un millón de años para llegar hasta él.



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LOS SERES, veinte

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Se lo toman muy en serio, controlan los latidos del fuego y del aire,
ya practicaban antes de nacer.

Estuvo escrito en las piedras del tiempo,
en unas palabras como piedras que encajaron sin fisura
hasta construir un muro imposible de saltar.

Tras él no se añoran las risas ni el mar,
tras él se puede ser niño, ser joven, vivir para siempre.

Ser para siempre es su forma de Ser.

A eso se dedican. Así son,
forman parte de una escalera tendida hacia lo alto
y suben sin parar.

El resto somos nosotros.



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LOS SERES, quince

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Murieron al poco de nacer, unos quince días después, no lo recuerdo.

Eran débiles. Fueron alimentados con ideas débiles.

No tenían alegría, solo intentaban atravesar las tormentas
bajo techos de zinc donde la lluvia calaba unos sueños de amor que
resistieron solo quince días.

En realidad se formó una laguna de cianuro alrededor de la cosa y en la línea del tejado se envenenaron las sonrisas.

Venían de un terreno donde cultivar no era posible.

Fueron armando la penuria en su constancia y llegó el día de la verdad.

Calló como un hacha sobre el vértigo de vivir en semejante torpeza.

Fueron verdes antes de tiempo y verdes quedaron para siempre.

Sin modo de salir de un pozo destinado a ser ciego, ahora son los últimos de la fila y huelen mal.



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